Inaugurada
la temporada, alterno la arena con el asfalto, y viceversa, y el puñado de
libros pendientes con el festival de cotilleos veraniegos, por eso de no morir
en el intento. Paso revista bajo la sombrilla y hasta arriba de potingues, y
respiro orgulloso al contemplar los casamientos de dos pilares fundamentales de
la jet. Adriana Abascal y Marina
Castaño renuncian a los honores de viuda y separada bien colocada, y renuevan
libro de familia de la mano de dos muchachotes de buen ver y billetera holgada,
uno y otro con un porrón de mantenidas
e hijos a la espalda. La señora del Nobel se arranca por bulerías cual
ciudadana de a pie, y la mexicana más veleidosa que parieron los aztecas se
pone chisposilla y confiesa: “Por fin me
caso por amor”. Un amor que hace aguas en el caso de Susana Uribarri y el stripper de la Obregón, y que parece que
vuelve a reinar entre Letizia y Felipe, que tapan bocas al compás de “Sufre, mamón, devuélveme a mi chica” en
el concierto de Hombres G. La
princesa se desmelena casi tanto como Olvido Hormigos, metida a reportera
cachondona y vapuleada por lanzarse a puerta
gayola a las playas de España en busca de carne. No conformándose con llegar
a fin de mes en triquini y plataformas, tira de guión para abrirse nuevos
frentes y permanecer en el candelabro,
que diría la otra. La non grata de
Los Yébenes entra a matar y consigue sin levantar la voz agitar las tardes y atragantarle
el yogur a la clase noble de la banda, léase Terelu. La niña de la Campos asoma
la pestaña por encima de la gafapasta
bifocal, defiende su refriegue discotequil
de antaño y deja patente que es la única académica capaz de reencarnarse,
en cuestión de minutos, en su propia madre. Reencarnado pero en una extraña especie
que va de el David de Miguel Ángel al
chulo piscinas de toda la vida, posa
Escassi entre burbujas para deleite de todo bicho viviente con fervorosos
deseos de intuir/advertir/imaginar la poderosa razón que trae de cabeza a todas
las señoritas que se cruzan en su camino. Una de ellas y precursora del harén
no es otra que Vicky Martín Berrocal. La sevillana aprovecha la mínima ocasión para
venderse y promete darnos el agosto abanderando a la mujer con curvas,
celulitis, mal despertar y un sinfín de cualidades que la convierten en un
referente de este siglo, tan apañada que lo mismo diseña una bata de cola, que
presenta un programa, que escribe un libro de autoayuda. Un talento tan en alza
como el de Leticia Sabater, azote de las fiestas de pueblo de aquí en adelante
al presentarse en carteles y hojas parroquiales como la nueva musa de Génova y
de todos los peperos que vean en ella
un gancho para desviar la atención y arrojar humo sobre el ´caso Bárcenas´. El
extesorero pasa las vacaciones en Soto del Real y su legítima se hace la infanta y pasea por la Milla de Oro
como una Lomana cualquiera. Un silencio que también impera en el entorno de
Carlota de Mónaco y Pilar Rubio, dos claras postulantes a estrenarse como mamás
próximamente. A la espera de confirmación, me doy una vuelta por las rebajas y
me tropiezo con Miguel Ángel Silvestre, Colate y Bimba Bosé. El duque montado en un Beetle, el ex de Paulina sacando efectivo en ventanilla y la
sobrina de papito sudando la gota gorda
dentro de un chándal de neones sólo apto para adeptas de la tendencia vagabunda-chic. Todo está en su sitio,
así que me recojo en paz. Hasta pronto, corazones.