Jueves. Acudo a ver la obra Sofocos. Aforo lleno y varios reclamos publicitarios de peso: Lolita y Paz Padilla en cartel, la Campos en forma de holograma, y la escenografía y vestuario a cargo de Ágatha Ruiz de la Prada. Cuatro actrices que rondan los cincuenta intentan acercar al espectador la tan temida y desconocida menopausia. Digo intentan porque el guión deja bastante que desear. A pesar de todo, observo dos cosas: una Lolita desganada que tapa pufos sobre las tablas, y una Padilla que maneja mejor la interpretación que los platós. Los aplausos, flojos. A veces el merchandising no es suficiente.
Viernes. Sesión de Gordos, película dramática que gira en torno a la obesidad y a un grupo de terapia que reflexiona sobre los motivos que provocan la ansiedad de comer. Al final de la historia, los cuerpos acaban siendo lo de menos. Me hace pensar. Noche de borrasca: copas en casa y Joaquín Torres de fondo. El arquitecto de los famosos relata con tono gangoso su particular cruzada con las herederas de Cereceda, alma máter de La Finca. Cifras por medio que marean, y alcaldes de pueblo que se instalan en la que fuera la urbanización de los vips. De momento, Torres tiene los días contados en su búnker de los últimos años y planea diseñar un centro comercial de barrio. Clientes como Penélope y Bardem no llevan bien lo de que destripe en Sálvame hasta el color de sus azulejos. El secreto profesional ya no se lleva.
Sábado. Los periódicos se hacen eco del destierro de Urdangarin en la web de Casa Real. Los miembros de la Corona se posicionan tras la última fechoría del duque em...Palma...do. La infanta Cristina aguanta estoicamente al lado de su marido, pero Torres amenaza con seguir tirando de la manta. Cuentan los que están cerca de Letizia, que sale corriendo cada dos por tres a desahogarse entre amigas, recientemente a Nueva York. Yo haría lo mismo. Choque de trenes en prime time. Jordi González pierde unos cuantos puntos de audiencia ante el potente estreno de La Sexta Noche. Presentador transgresor, Pedro J. soltando sapos y culebras, y la hermana de Esperanza Aguirre debutando como polemista. Al parecer antes regentaba un local de flamenco en la capital con la mujer de Antonio Carmona. A eso se le llama reinventarse. El apellido continúa siendo un valor añadido.
Domingo. Rosa Benito y su hija interpretan a dúo Amor Callado. Lo hacen en playback y peinadas como la Jurado. A la madre se le va la letra, a Chayo el tono. El corrillo la justifica: “Es difícil con un bombo de ocho meses”. Los twitteros apostillan: “Madres sacando a hijas de la crisis”. Cada vez entiendo más el encierro voluntario de Rociíto. A media tarde comparto patio de butacas en el Teatro Galileo con quinceañeras sedientas de un autógrafo de Álex Barahona, Javier Hernández y Bernabé Fernández. Tres guapos oficiales que interpretan con nota Romeo, una adaptación de Romeo y Julieta, pero sin Julieta. Compruebo que con un presupuesto de función de fin de curso, el clásico de Shakespeare no pierde ni un ápice de brillo.
Lunes. El Gobierno propone una tarifa plana de 50 euros para jóvenes autónomos durante seis meses. Qué menos, con la que está cayendo. La pasarela Cibeles, rebautizada con un nombre muy largo, presenta su calendario para esta edición que arranca en febrero. Echo de menos firmas legendarias como Delpozo, y me chirrían nombres como el de Bimba Bosé, que presenta colección en El Matadero. No sabía que esta chica diseñaba. Así nos va. Me llega un WhatsApp de una amiga a título de chascarrillo. Piero, el italiano de Gran Hermano que hacía las delicias de Amor, aquella canaria que terminó sometiéndose a una reasignación de sexo en directo, chapotea ahora con una famosa de primera fila, Demi Moore. Vale que contrate a Juan Peña en exclusiva el día de su cumpleaños, vale que baje a las cloacas por recuperar a Ashton Kutcher, ¿pero esto, Demi? Para que luego digan que la casa de Guadalix no es un trampolín… Manda narices.