Mientras
media España no pega ojo consultando con la almohada viscoelástica si el Migue
le habrá comprado o no la maleta a la Andrea, servidor llena macutos y cajas de
cartón para ir con las varietés a
cuestas a otra parte. En ésas estoy, inmerso en un universo ciclotímico de
emociones, que lo mismo me da por pasar el mocho como si no hubiera un mañana,
que por dejarme las cuerdas berreando los hits
de Paulina Rubio. Me reconforta saber que por estos mundos todo sigue en su
sitio y que donde quiera que vaya, os sentiré cerca. La blogosfera va a
terminar siendo como la casa de Gran
Hermano, por eso de que todo se magnifica y la convivencia con desconocidos
va más allá de un feedback dos punto
cero. Aprovechando un chute de wifi a
la espera de que el camión transporte mis trapos, libros viejos y potingues
varios, me dispongo a repasar los últimos avatares para no perder la costumbre;
los ajenos y los propios. No hay mejor terapia que compartir tus
alegrías y tus debilidades con los demás. Volviendo a Guadalix, qué me decís de
la inminente final del concurso. Quizá os echéis encima sin piedad si me
declaro belenista, pero lanzo una
pregunta: ¿acaso me queda otra opción? La respuesta es clara. No. Vaya por
delante que la Esteban es la antítesis de los buenos modales, la cultura, las
inquietudes, el crecimiento personal, la capacidad de autocrítica, la empatía,
bla bla bla. Vale que Belén no resulta estéticamente agradable de ver, ni de
escuchar, ni siquiera de tenerla echándose la siesta en el sofá de al lado, pero
es indudable que es el alma del reality. Llevamos, y me incluyo, matándola en
persona y personaje desde que salió escaldada de Ambiciones, y ahí sigue la
tía. Ni las Campanarios, ni la ruta del bakalao, ni el Defensor del Menor han
logrado amilanar el fenómeno Belén, experto en reinventarse en cuerpo y alma
una y otra vez. Podría decir que Belén es tan cateta y primaria, que resulta
maravillosa y la terminas queriendo. Escucharla hablar de Jesulín, de la Mariví
o de los diez euros la hora que cobran las chicas de servicio en Paracuellos del
Jarama, reúne cada semana a millones de espectadores frente al televisor, y la
plana mayor de Mediaset es incapaz de frenar algo que llena sus arcas por
segundo. Ni siquiera la campaña en detrimento que capitanean sus compañeros de Sálvame es suficiente para que los
súbditos de la princesa le den la espalda y se dejen los duros por colocarla en
el podium, de dónde terminará saliendo con el maletín en la mano y rumbo a
Benidorm, porque está agotada de la tele,
dice ella. ¡Angelito! Y lo que te rondaré, morena. De Belén en Guadalix paso a
los Pantoja, esa familia que no nos quitamos de encima ni con agua caliente y que también dan con los huesos en cualquier foso con una cámara hacia su persona.
Con la matriarca en prisión, sus polluelos se han propuesto hacer caja y pagar
pufos sin miramientos. Si Kiko ha bajado el ritmo de vida y pincha discos por
un plato de lentejas, su querida prima, aspirante a tonadillera, se despelota a
lo 50 Sombras en una revista y habla
sin tapujos de sus artes amatorias de una forma tan soez, que ni la mismísima
Esteban con el azúcar por las nubes. Para elegante ya está Chabelita, la eterna
it girl cantoril afincada en Notting Hill, que entre clases de inglés y horas de
zumba, se deja caer por Madrid para ultimar la letra pequeña de un contrato que
la llevará a Honduras a pasar penurias, pasear biquini y deleitar a su país con
su desparpajo y don de palabra. Qué poco han aprendido de la Pantoja. Lo bueno
de que esté de vuelta más pronto que tarde, es que nos quitaremos un poquito de
en medio a toda la generación de paquirrines.
Dios me oiga. Hasta pronto, queridos míos.